En El país que quieren los dueños Alejandro Bercovich junto a investigadores de diferentes áreas económicas describen cómo piensa y actúa la élite empresarial argentina. Un proyecto de país que concentra la riqueza en pocas manos, degrada el ambiente y margina a las mayorías, donde Milei apareció como uno de los principales voceros.
¿Qué país imagina la élite empresarial argentina? ¿Cómo ejerce su poder? ¿Existe un verdadero proyecto de desarrollo nacional o solo hay planes de negocios a medida de los grandes grupos económicos? Estas preguntas recorren a El país que quieren los dueños (Planeta, 2025), el reciente libro de Alejandro Bercovich junto a diferentes investigadores y especialistas. A su vez, estos interrogantes cobran otros tonos con la llegada al gobierno de Javier Milei, un vocero surgido de las entrañas de los grupos económicos que presenta a los empresarios como “héroes” y a la vez como “víctimas” del Estado.
Bercovich señala que las diatribas contra el Estado o la apología de un mercado eficiente que se regula solo, son una cortina de humo para ocultar la pelea por la riqueza social y los antagonismos que se generan. En ese sentido, señala que la utopía neoliberal del “Estado mínimo”, presentado como una estructura neutral y austera es en realidad un Estado que actúa como guardián de los intereses del capital. Una definición que dialoga con aquella clásica de Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, donde el Estado moderno es “el comité que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”.
El libro está compuesto por seis capítulos. En el primero, Alejandro Bercovich analiza el contexto actual y la consolidación de las élites empresariales en el país. El segundo, escrito, por Gustavo García Zanotti, se enfoca en la fuga de capitales y el papel de las guaridas fiscales. Cecilia Rikap, en el tercer capítulo, aborda la relación entre tecnología y poder corporativo en la Argentina. Luego, Juan Odisio examina cómo las élites moldearon la economía a lo largo del tiempo. En el quinto, Lara Bersten analiza el caso de Vaca Muerta y la lucha por las reglas y beneficios de un saqueo planificado en beneficio de las grandes corporaciones. Finalmente, Augusto TartufoIi nos introduce en la vida cotidiana y el tiempo libre de la élite empresarial.
El “populismo magnate” en el país de la hegemonía imposible
Iniciando el libro, Bercovich traza coordenadas sobre las tendencias políticas y económicas de las últimas décadas. Comienza con lo que llama “la gran renuncia” del empresariado argentino, una forma de definir el desmantelamiento del entramado industrial, la reducción del mercado interno y la apuesta a la especulación financiera junto a la exportación de commodities (como el viraje de las inversiones de Techint hacia Vaca Muerta).
Para completar el panorama, el autor retoma algunas ideas planteadas por Fernando Rosso en La hegemonía imposible (Capital Intelectual, 2022), señalando que la élite empresarial y política argentina nunca logró consolidar un proyecto coherente ni sostener una hegemonía estable en el tiempo. Esta definición se emparenta con otras clásicas como el “empate hegemónico” de Juan Carlos Portantiero o la del “péndulo”, de Guillermo O’Donnell. Esta “hegemonía imposible” remite más recientemente a los rotundos fracasos del experimento de Cambiemos con Macri en el poder y también al recambio del Frente de Todos con Alberto Fernández. Bajo un clima de descontento generalizado emergió Milei como un claroscuro catapultado por su “batalla contra la casta” que, a su vez, ocultaba un proyecto de país para pocos, simbolizado en la motosierra.
Leyendo este recorrido a la luz de la actualidad, podemos agregar que el proyecto mileísta tampoco logra hacer pie pese al entusiasmo inicial de la élite empresaria, que ya piensa en un “mileísmo sin Milei” mientras Trump le tiró un salvavidas de corto plazo. El temprano fin de ciclo del gobierno de Milei conjura una crisis de final abierto, marcada por grandes derrotas políticas, una grave crisis económica y una creciente oposición social. Esta situación convulsiva, donde la debilidad política y económica se retroalimentan, reactualiza la «hegemonía imposible» y abre la posibilidad de giros bruscos e incluso una situación prerrevolucionaria.
¿Por qué empresarios como Elstzain, Galperin, Eurnekian, Coto o Rocca no son asociados a “la casta”? Sobre este interrogante, Bercovich introduce la idea de un “populismo magnate” como forma de dar cuenta de la operación ideológica para que los objetivos del gran empresariado sean asumidos como propios por el resto o incluso como sinónimo del bienestar general. Este “populismo magnate” busca construir un apoyo social sin los canales de mediación tradicionales aunque, a su vez, opera como otra manera de fortalecer la influencia y el poder empresarial sobre los resortes del Estado. Podemos señalar como ejemplo a Marcos Galperín de Mercado Libre, presentado como el arquetipo de “emprendedor” y un relato que oculta una herencia millonaria, negocios permanentemente facilitados por los gobiernos, y hasta leyes a medidas, como las exenciones impositivas votadas por el macrismo y el peronismo.
Recurriendo a diferentes referencias a Marx y al economista polaco Michal Kalecki, Bercovich concluye que incluso aunque se intenten políticas de control por parte de algunos gobiernos, las contradicciones de fondo del capitalismo y el antagonismo entre capital y trabajo siempre siguen vigentes.
Para cerrar este capítulo, Bercovich describe cómo los sectores empresariales vinculados a la minería y el petróleo lograron imponerle a Milei la incorporación del RIGI (Régimen de
Incentivo a las Grandes Inversiones) dentro de la Ley Ómnibus. El RIGI fue elaborado por estudios jurídicos que trabajan directamente para las grandes compañías que se verán favorecidas por este esquema. Según Bercovich, se trata de un régimen pensado para generar enclaves productivos, verdaderas “islas” de inversión sin vínculos con la economía local. En la práctica, constituye una maquinaria destinada a profundizar la primarización de la economía.
Esta normativa fue negociada en el Congreso y contó con el respaldo clave de buena parte del radicalismo y de aliados peronistas, entre ellos el fugado Edgardo Kueider o los diputados de Jaldo. Luego de aportar los votos, diferentes gobernadores impulsaron la adhesión al RIGI. Se destaca el caso de Axel Kicillof que creó su propio RIGI bonaerense para cumplir con las condiciones que reclamaba YPF y Petronas, empresa con sede en Malasia, para instalar la planta de GNL en el puerto de Bahía Blanca.
Bercovich sostiene que el RIGI también cristaliza un mandato exportador y de inserción en la economía global que, a lo largo de la última década, se fue filtrando en el “neodesarrollismo” defendido por varios referentes del Frente de Todos. Ese mandato hunde sus raíces en el llamado “consenso de las commodities”, que se consolidó en América Latina desde comienzos del siglo XXI con la irrupción de China como potencia global y el aumento del valor internacional de los bienes primarios. Este modelo de desarrollo, de carácter neoextractivista, fue adoptado por gobiernos de distinto signo político. En un primer momento impulsó un fuerte crecimiento macroeconómico, aprovechando las ventajas comparativas, pero también generó nuevas desigualdades, tensiones sociales, problemas ambientales y conflictos político-culturales que persisten hasta la actualidad. La llegada de una agenda ultraderechista amenaza con profundizar estas dinámicas, agrega el autor.
Riqueza en fuga: entre pulpos y telarañas
Gustavo García Zanotti, investigador del CONICET y docente universitario, presenta una investigación minuciosa sobre las llamadas guaridas fiscales. El autor enfatiza que los sectores de mayor poder adquisitivo no se limitan a simples maniobras para evadir impuestos. Por el contrario, emplean sofisticadas ingenierías contables y legales diseñadas para reducir al mínimo su carga impositiva, aprovechando vacíos legales y la opacidad que ofrecen las guaridas fiscales.
Tras un repaso histórico de su surgimiento y la fragmentación geográfica del proceso productivo, Zanotti señala que la creciente internacionalización financiera y las ideas neoliberales profundizaron el proceso en Argentina. Esto se dio al compás del aumento del endeudamiento externo (tanto público como privado), en el que las grandes empresas jugaron un rol protagónico. Dos ejemplos claros de este fenómeno son Techint y Vicentin, empresas que durante la dictadura y, más tarde, en la década de 1990, aprovecharon las privatizaciones para expandirse a nivel internacional.
Zanotti utiliza dos metáforas: pulpos y telarañas. Los pulpos representan la concentración y el control casi monopólico que estas empresas ejercen en sus mercados, mientras que las telarañas simbolizan las intrincadas redes de filiales y sociedades offshore que emplean para desviar ganancias hacia paraísos fiscales. Un ejemplo es el grupo económico de Eduardo Elsztain, dueño de importantes centros comerciales, hoteles y vastas extensiones de tierras agrícolas a través de empresas como IRSA y CRESUD. Este conglomerado opera mediante una compleja red de sociedades radicadas en Uruguay, Bermudas y las Islas Caimán, lo que le permite ocultar utilidades y transferirlas al exterior. Este control económico tiene consecuencias directas en la economía local, ya que fomenta precios elevados y una creciente concentración de la riqueza.
Otro caso es el de Eurnekian y su conglomerado que administra 52 aeropuertos y participa en la extracción de gas y petróleo. Este grupo utiliza filiales en Uruguay, las Islas Vírgenes Británicas y una fundación en Liechtenstein que funciona como fideicomiso para gestionar sus ganancias. Aunque su negocio aeroportuario factura alrededor de 700 millones de dólares anuales, gran parte de ese dinero es transferido al exterior mediante operaciones simuladas de servicios y dividendos. Finalmente, se analiza el Grupo Clarín-Cablevisión, que, tras fusionarse y adquirir Telefónica, se convirtió en la mayor empresa de telecomunicaciones de Argentina. Su concentración de medios, telefonía, televisión por cable e internet, le otorga una posición casi monopólica, reforzando el modelo de “pulpo y telaraña” que describe Zanotti.
El autor muestra cómo las grandes corporaciones no generan riqueza a través de la innovación o la inversión productiva, sino mediante la captura de rentas y la evasión fiscal. Al desviar ganancias mediante holdings y fideicomisos en el extranjero, distorsionan las bases fiscales de los Estados y refuerzan una economía global profundamente desigual. Además, en la práctica, se genera una “competencia fiscal” entre países para ver quién ofrece mayores privilegios a las corporaciones. En el caso argentino, este modelo se traduce en un endeudamiento externo crónico y en una constante presión por obtener dólares para pagar la deuda, lo que termina incentivando aún más la fuga de capitales. El resultado es un país diseñado para que unos pocos ganen mucho, mientras la mayoría queda excluida, consolidando un sistema que premia la especulación y la evasión.
Argentina Tecno
En los últimos años Mercado Libre, Ualá, Globant y Despegar se volvieron plataformas comunes para los argentinos. ¿Qué hay detrás de las principales empresas tecnológicas? La investigadora Cecilia Rikap explica que estas empresas no innovaron desde cero, sino que replicaron y adaptaron modelos extranjeros exitosos como eBay, Amazon, Alibaba, Square, Airbnb o Booking. Su consolidación en la región estuvo vinculada a los efectos de red: cuanto más usuarios y datos acumulan, más difícil es salir de sus ecosistemas. En el caso de Mercado Libre, ese poder se multiplica con Mercado Pago, que cruza información financiera con la de compras en la plataforma.
Rikap presenta una mirada realista y crítica sobre el ecosistema tecnológico argentino, desmitificando la idea de una independencia digital total. Y apunta una cuestión central: aunque en Argentina hay empresas tech exitosas y con desarrollos propios avanzados, su operación y existencia están profundamente ancladas y son dependientes de las gigantes tecnológicas estadounidenses y sus “nubes” (clouds).
Empresas como Mercado Libre lideran la región y desarrollan sus propios algoritmos, pero lo hacen dentro de la infraestructura de la nube de competidores globales, de modo que su desafío se centra más en la escala que en crear tecnología de base. Por su parte, compañías como Globant han incursionado en productos de inteligencia artificial aunque su rol principal es actuar como “socios” o “traductores” al adaptar y personalizar servicios de grandes tecnológicas.
Para la autora, la dependencia de las nubes de gigantes como Amazon, Google y Microsoft es estructural y casi irreversible, ya que estas empresas están profundamente entrelazadas con servicios de pago de las nubes, que funcionan como “cajas negras” sin acceso al código. Un apagón de Amazon Web Service, por ejemplo, dejaría fuera de servicio a Ualá por completo. Invertir en infraestructura propia e independiente sería un avance para la soberanía digital pero no tiene sentido desde la lógica de negocio de estas compañías. En conjunto, el capítulo pinta un panorama donde el “emprendedurismo argentino” y los “unicornios” locales operan subordinadamente dentro de un marco de dependencia tecnológica global.
Los dueños ante la historia y en su presente
Tres momentos en la historia pueden servir para ilustrar las ideas e intereses de la élite empresaria. Esa es la propuesta del historiador Juan Odisio quien comienza su capítulo remontándose a los fines del siglo XIX, cuando se imponen los intereses de los grandes terratenientes y comerciantes ligados al libre comercio con Inglaterra, insertando a Argentina en el mundo como exportadora de materias primas. Un segundo momento se ubica en la primera mitad del siglo XX con los intentos de planificar una industrialización, a menudo ligados a posiciones conservadoras, antidemocráticas y abiertamente represivas frente al avance del movimiento obrero (como ejemplifica la Semana Trágica de 1919).
Finalmente, el tercer momento es el surgimiento del discurso libertario impulsado por un sector empresarial radicalizado que adoptó el pensamiento de la Escuela Austriaca de Mises y Hayek. Este grupo no sólo rechazaba cualquier intervención estatal, sino que equiparaba toda política social, sindical o industrial con el “comunismo” o el “totalitarismo”. Este movimiento sentó las bases ideológicas para una narrativa que décadas después cobraría relevancia. Odisio concluye que la Argentina que quisieron los dueños fue con demasiada frecuencia una Argentina que no pudo ser nunca para las mayorías.
El capítulo histórico puede leerse en contraste con el del periodista Augusto Tartufoli, quien realiza una crónica ácida sobre “el planeta de los dueños”. Las escenas ocurren lejos de los flashes y las protagonizan, por ejemplo, hombres cincuentones con apodos anglosajones y apellidos de pueblos bonaerenses que hablan durante un lunch de comprar 10.000 hectáreas “regaladas” como quien comenta el pronóstico del tiempo. La conversación puede ser sobre yates o las críticas de las señoras old money hacia las de fortuna reciente.
Tartufoli advierte que esta es solo la epidermis, la capa más superficial y visible de la riqueza. La verdadera fortuna, la del 1% que realmente condiciona nuestras vidas, opera desde el anonimato más absoluto. Estos dueños no buscan followers, su poder se nutre y se protege en la invisibilidad. El autor recuerda que los 50 más ricos del país suman una fortuna equivalente al 12.5% del PBI, una cifra astronómica que interpela sobre quién realmente maneja los hilos. En definitiva, es un relato desopilante sobre una clase social que vive en una realidad paralela, donde el dólar es dios y los problemas económicos del argentino promedio no existen. Un mundo con casas donde hay una heladera solo para agua y otra solo para salmón, donde entre lunch y lunch se toman decisiones que terminan condicionando la vida de millones desde la más absoluta y cómoda impunidad. Tartufoli no nos da respuestas pero lleva a la pregunta: ¿cómo permitimos que esto suceda?
Vaca Muerta, ¿la clave del desarrollo?
En pos de los debates sobre proyectos para un desarrollo nacional, un capítulo, a cargo de Lara Bersten, es reservado a Vaca Muerta. Para la autora, si bien la Argentina recuperó con la reestatización de YPF una herramienta clave para planificar su política energética, la escala de inversión que requiere un yacimiento como Vaca Muerta hace inevitable la participación del capital privado.
Tras una comparativa con los casos de Brasil y Colombia, Bersten señala que la recuperación del control estatal del 51% del capital accionario de YPF en 2012 fue el punto de inflexión que permitió el despegue de Vaca Muerta. La autora destaca que con la capacidad estatal de asumir riesgos iniciales y planificar a largo plazo, se hizo posible el desarrollo del yacimiento para la explotación de hidrocarburos no convencionales. A su vez, el acuerdo entre YPF y Chevron fue un punto de partida para la atracción de inversiones. Por eso señala que “el resultado de la nacionalización, y el marco normativo que la acompañó para incentivar la inversión, fue exitoso, mostrando un importante cambio de tendencia respecto a la anterior gestión en términos de inversión en exploración, desarrollo tecnológico, volúmenes de extracción y procesamiento de hidrocarburos”.
En este capítulo notamos la ausencia de una lectura crítica sobre este proceso, en tanto que la mencionada estatización de YPF suele presentarse plenamente como una medida de soberanía nacional, ocultando las condiciones favorables que se le permitieron a Repsol y también el negocio millonario que significó para la familia Eskenazi, que luego del vaciamiento de la empresa terminó vendiendo a un fondo buitre los derechos de litigio para accionar contra el Estado argentino. Además, la mayoría accionaria de YPF fue utilizada para un acuerdo con Chevron que incluyó un decreto de Cristina Kirchner que habilitó a la multinacional estadounidense y la exportación de parte de su producción sin pagar un peso y con libre disponibilidad de divisas, junto a un lobby en la justicia para levantar un embargo por contaminación en la Amazonía ecuatoriana. En la Legislatura neuquina se votaron cláusulas secretas que pretendían ocultar el entramado de empresas offshore creadas tanto por YPF como por Chevron para facilitar el flujo de capitales en una y otra dirección.
Como ha señalado Esteban Martine:
El acuerdo con Chevron fue el primero de una serie de acuerdos con empresas multinacionales (con prórroga de jurisdicción), y funcionó como señal de largada del boom del fracking en Vaca Muerta. Durante los años que siguieron, entre 2013 y 2025, con momentos de auge y caída, la producción de hidrocarburos no convencional aumentó, y en la actualidad se revirtió el déficit comercial del sector energético. Sin embargo, la restricción externa se mantuvo (con una nueva forma) y las petroleras actuaron como grandes fugadoras de sus ganancias.
No se resolvió el acceso a la energía para la población, se multiplicaron los desastres ambientales en la Nordpatagonia, la desigualdad y la flexibilización laboral. [1]
En la última parte de su capítulo, Bersten analiza la política propuesta por el gobierno de Milei y la sanción del RIGI, un paquete de beneficios fiscales y cambiarios tan extremos que la autora señala que “ni los dueños pedían tanto”. La investigadora se pregunta si está ante una verdadera estrategia de desarrollo o simplemente buscando una inyección de capital a cualquier costo, inclinando su respuesta a esta segunda opción. En la posición de Bersten de lo que se trata es de una articulación del Estado con capitales privados, buscando que primen los intereses nacionales (definidos como el autoabastecimiento, la soberanía y una “distribución más justa de la riqueza”) y que quede supeditada a la lógica de maximización de ganancias de las grandes empresas transnacionales.
A una década de Vaca Muerta se pueden contrastar las ilusiones y la realidad de la soberanía energética bajo este modelo reivindicado por Kicillof y Juan Grabois [2]. El “modelo YPF” en Vaca Muerta se volvió una quimera, ya que “el 51% de la participación estatal” hay que ponderarlo dentro de lo que efectivamente representa YPF S.A en la producción de gas (33%) y petróleo (38,2%) no convencional. Es decir que la participación estatal en Vaca Muerta, vía YPF, es de un 17% y un 19% en la producción de gas y petróleo, respectivamente. Lejos de otorgar soberanía, actúa como un socio menor de las multinacionales.
El papel de YPF S.A. no implicó superar la dependencia ni un modelo extractivista y contaminante. Los acuerdos y marcos regulatorios sumaron nuevos beneficios a las empresas para la libre disponibilidad de divisas y baja de retenciones. Pensar en superar el saqueo implica pensar una real estatización de toda la industria energética, bajo control de sus trabajadores, las comunidades implicadas, profesionales y organizaciones ambientales. Es una condición necesaria para cuestionar la matriz energética anclada al combustible fósil y avanzar hacia una transición energética sobre la base de la diversificación. Una perspectiva opuesta a los dueños y los capitales extranjeros.
Una lectura para debatir una salida
El recorrido por los capítulos de El país que quieren los dueños aporta elementos para comprender qué quieren y cómo piensan los grandes empresarios del país. Los datos y lecturas arrojan luz sobre la ingeniería detrás del poder real, el que no suele estar en foco. Las investigaciones de conjunto trazan el mapa de las fuerzas económicas, los grupos de presión y las ideologías que buscan moldear el país a su imagen y semejanza, lejos del conocimiento del público y con una influencia que trasciende a cualquier gobierno de turno. Sin perjuicio de sus puntos fuertes, el libro no sistematiza una propuesta para superar los importantes problemas que trata. Esto, sin embargo, abre la posibilidad de discutir qué hacer.
A través de los capítulos queda claro que estos grupos no tienen un interés en salir del círculo vicioso de la dependencia. La razón es porque plantear una verdadera salida implica proponerse revertir las condiciones que configuran al capitalismo dependiente argentino. La extranjerización de la economía y el dominio que tiene el capital imperialista aparecen como incuestionables y, en gran parte, se explica porque los dueños ataron sus negocios a estos capitales. También podemos mencionar al consenso extractivista que, en pos de conseguir más dólares, profundiza el agronegocio, la megaminería, la explotación del litio en el NOA o de petróleo vía fracking en Vaca Muerta. La necesidad de “conseguir más dólares” no es otra que la apropiación rapaz de las divisas por parte de “los dueños” y el capital imperialista. Esto tiene su máxima expresión en la deuda externa y los acuerdos con el FMI, elementos que agudizan la dependencia.
El pago de la deuda, la fuga de capitales o las ganancias de multinacionales son parte de las escenas cotidianas para los dueños del país, actores del atraso y la decadencia. No hay receta gradual posible ante una clase burguesa local atada de mil formas al imperialismo. A su vez, los mencionados consensos por las commodities y por el extractivismo, reúnen a las distintas coaliciones impulsadas por el peronismo, el macrismo y el libertarianismo. De los distintos actores políticos, resalta la voz de la izquierda que plantea cortar de raíz con las causas de la decadencia y pelear por una salida de otra clase, una perspectiva que plantea la entrada en escena de los sectores obreros y populares. Esta fuerza social movilizada puede imponer su salida a la crisis en pos de reorganizar democráticamente la economía a favor de los intereses de las mayorías. Una pelea que comienza en el marco nacional aunque es el puntapié para unir lazos con los pueblos de la región.
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NOTAS AL PIE
[1] Esteban Mercatante y Esteban Martine, “YPF: el fallo buitre en Nueva York y una historia de saqueo”, Ideas de Izquierda, 6/7/2025. Para profundizar puede consultarse el capítulo de Esteban Martine, “Vaca Muerta: una década de saqueo”, en Esteban Mercatante y Juan Duarte, Extractivismo en Argentina. Saqueos, resistencias y estrategias en disputa, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2024.