Hacen consolas de videojuegos para donar a hospitales públicos pediátricos: Que los chicos jueguen donde nadie juega, los ayuda a sanar

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Un niño que juega frente a una consola de videojuegos en un hospital público, se olvida por un rato de que es paciente. Se olvida del catéter que cuelga de su brazo y lo conecta a una máquina que oxigena su sangre, de la cánula nasal que a veces le molesta. Se olvida también de que sus padres están tristes y preocupados por él, se olvida de que él también está preocupado y triste. Ríe y juega.

La consola es un artefacto extraño. Es un CPU con rueditas e intervenido con dibujos azules, amarillos y naranjas brillantes. En la parte superior se asoma un caño que sostiene un monitor igual de colorido. Es como un extraterrestre en medio de la sala del hospital. El único cable a la vista es el del joystick que sostiene el niño para hacer saltar al personaje del juego.

“Ese momento es como una ventana para que los chicos se escapen por un ratito de su realidad en el hospital”, dice a LA NACION Miguel Blanco, de 39 años, uno de los fundadores de La Guarida, una organización civil que construye esas consolas a partir de material tecnológico que reciclan para donarlas e instalarlas gratis en hospitales públicos pediátricos o con servicios dedicados a niños y adolescentes.

Desde 2022, ya donaron 23 máquinas, todas con juegos clásicos de Atari y PlayStation como el Street Fighter, Mario Bros y Cadillacs y Dinosaurios. En la ciudad de Buenos Aires entregraron consolas al Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez y al Pedro Elizalde; en provincia de Buenos Aires, al Eva Perón y al Sor Ludovica de La Plata; en la ciudad de Córdoba, al Santísima Trinidad; y en Mendoza, al Humberto Notti, al Alfredo Italo Perrupato y al Alexander Fleming.

“Cuando entregamos una consola lo primero que les preguntamos a los chicos es si les gusta jugar videojuegos. Y aunque parezca raro muchos nos dicen que no, porque tienen vergüenza y en gran parte porque nunca jugaron con una. No hay que olvidarse de que la mayoría de los chicos que se atienden en los hospitales públicos provienen de familias de bajos recursos económicos”, explica Miguel.

La ONG son Miguel y su amigo y cofundador, Dylan Benítez, de 23 años. Los dos son Licenciados en Comunicación Audiovisual y locutores. Miguel trabaja como técnico en seguridad informatica en una empresa y Dylan, que ahora está realizando la carrera de desarrollador de videojuegos, trabaja en una productora de contenidos, empredimiento que comparte con Miguel. Y en su tiempo libre, ambos se dedican a trabajar en las consolas.

“Detrás de cada consola hay una suma de voluntades que las hace aún más valiosas”, dice Miguel y destaca que su organización no tiene ningún tipo de bandera política, que las consolas son totalmente gratuitas y que las hacen a partir de material que reciben de donaciones de personas de a pie, organizaciones y empresas.

“Nosotros decimos que son obras de arte jugables, por cómo se ven y cómo suenan, porque las hacemos intervenir por artistas plásticos y la música que los chicos escuchan cuando aparece el menú de juegos es el de Corear, una orquesta sinfónica argentina que interpreta canciones de videojuegos”, dice con satisfacción.

Miguel y Dylan se conocieron en el Iser cuando cursaban locución y si bien se llevan 16 años, tienen en común la pasión por la tecnología, los videojuegos y el espíritu solidario. Dicen que quieren “devolverle al universo lo bueno que reciben” aportando su granito de arena. De hecho, cuando por 2022 formaron su productora de contenidos audiovisuales para empresas, decidieron difundirla realizando de manera gratuita campañas para ONGs y hospitales públicos.

La primera fue para el Garrahan. Al conocer más de cerca la realidad por la que pasan los chicos que están internados, tuvieron la idea de las consolas de videojuegos. Investigaron cómo adecuarlas a un ambiente hospitalario y buscaron sustento científico sobre el impacto de los espacios de juego en la salud, tan así que el eslogan de la ONG, que un tiempo después conformaron, es “Jugar para sanar”.

Para un niño, una niña o un adolescente que vive una situación no solo de cuidado en un hospital, sino de encierro, estrés, dolor y ruptura de su rutina diaria, “los espacios de juego son imprescindibles para su salud mental”, explica a LA NACION Silvia Ongini, psiquiatra infantojuvenil del Departamento de Pediatría del Hospital de Clínicas de la UBA.

“Jugar para ellos es como volver a casa, es un estado familiar donde la otra realidad -la de su enfermedad y la de sus padres preocupados- queda en paréntesis, se conectan con otros sentimientos y eso es muy positivo”, dice Ongini y detalla que el juego también ayuda a disminuir la ansiedad, se distraen mientras están bajo un tratamiento, como la quimioterapia, y se atenúan los efectos del estrés postraumático tras superar una internación.

“Ese estrés es la cicatriz que les queda al romperse su rutina de vida en el hogar, en el colegio. Comienzan a sufrir, por ejemplo, al oler cloro o al ver un hospital. Cuando lo que viven allí son también momentos de disfrute, esa cicatriz es menos intensa y dolorosa”, sintetiza.

Miguel y Dylan desarrollaron dos versiones de consolas. Una es la que llaman carrito, que construyen a partir de un CPU y que movilizan con los soportes de sillas de oficina. La segunda es un maletín de plástico que puede ser usado en salas de mayor cuidado porque no tienen coolers como sí poseen los CPU y que podrían ocasionar que su paso de una sala a otra produzca una contaminación cruzada de gérmenes. Utilizan entonces un maletín tipo carry on, al que se incorporan notebooks nuevas. Como ellos ponen de su bolsillo gran parte del dinero para comprarlas “con mucho esfuerzo”, esos modelos son acotados.

Cada consola cumple las normas sanitarias. Por ejemplo, todas se plastifican con acrílico para que puedan ser desinfectadas con alcohol. “Ninguno de los dos modelos necesita cables para que se enchufen. No entorpecen el trabajo del personal médico y los chicos pueden jugar mientras, por ejemplo, están en quimioterapia”, explica Miguel.

El último paso en la creación de las consolas es la intervención de artistas plásticos. Quienes se sumaron a la iniciativa son artistas nóveles, en ascenso, influencers o conocidos popularmente, entre todos ellos, Lula Cornejo, Milo Locket o Andrés Mariani, quien trabaja con murales inspirados en la selección argentina de fútbol.

“Cada vez que entregamos una consola es emocionante. Primero miran las máquinas extrañados y después ya los perdés, empiezan a jugar y todo el esfuerzo que hacemos cobra sentido cuando la mirada se les ilumina”, cuenta Miguel.

La cuenta de Instagram de La Guarida muestra cada entrega de las consolas, cómo trabajan los artistas sobre ellas y cómo reaccionan los chicos cuando juegan. En uno de los posteos, las sonrisas de dos chicos se adivinan por debajo de sus barbijos. En otro, un niño, desde su cama, con una cánula en la nariz, se ríe a carcajadas mientras juega con su padre. Su padre también se ríe.

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