Ola de violencia e inseguridad en el conrubano: un escenario cada vez más riesgoso y la falta de respuestas de la política

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La violencia en el conurbano va en pleno ascenso, como una montaña rusa que está en subida, directo a la pendiente más alta. Los violentos robos y muertos que se produjeron durante todo enero tuvieron su epicentro en el Gran Buenos Aires, y más precisamente en partidos como La Matanza, Morón y Moreno.

La muerte de Lucas Aguilar, un joven delivery de 20 años asesinado de siete puñaladas en Moreno, provocó este viernes una reacción de compañeros de trabajo, familiares y vecinos contra la municipalidad de ese partido del oeste.

En enero fueron atacados más de 30 policías de la Ciudad en territorio bonaerense. También adultos mayores fueron víctimas de ladrones adolescentes, que en algunos casos les sacaron fotos como una especie de recuerdo o trofeo.

El historiador Jorge Ossona le aseguró a Clarín que la violencia está instalada en el conurbano bonaerense hace ya varios años, pero que en este momento existe “una suerte de detonación” con violentos episodios que ven a diario.

“Hay una ola de violencia con un trasfondo político y sociocultural. Un proceso de ebullición que nos conduce un escenario riesgoso. Hay un problema estructural: la fractura de las clases trabajadoras entre los sectores marginales endémicos, y formal o informal que se expandió durante la cuarentena para sobrevivir dada la mala gestión y la penuria concomitante de la administración de la pobreza. Desempeñan múltiples trabajos con una calificación básica procedente de cursos cortos o saberes familiares potenciados por la emergencia. Y lo interesante es que se trata en su mayoría de jóvenes”, dijo.

La marcha para pedir Justicia por el delivery asesinado en Moreno terminó con incidentes entre los manifestantes y la Policía bonaerense. Foto Enrique García Medina

“El conurbano es el núcleo metropolitano de la Argentina y uno de los agregados urbano más grandes del mundo. Viven 14 millones de personas, familias ricas en barrios privados, los nuevos pobres de los asentamientos marginales y en el medio distintas gradientes de las clases medias”, detalló.

Para el historiador, los trabajadores que por necesidad transitan por la calle son blanco de los que denomina “la vagancia”.

“Son jóvenes, algunos casi niños, que fueron desafiliados y reafiliados por distintos agregados: empresarios delictivos que abarcan desde robacoches o desarmaderos hasta narcotraficantes. La desafiliación a veces es capitalizada por pares caudillitos con experiencia en cárceles o centros de rehabilitación social que despliegan una pedagogía a través de las redes sociales. Es notable su capacidad de aprendizaje para producir asaltos, robos de camionetas, autos y otros delitos», sostuvo.

Ossona sostiene que en los vecinos de los barrios del conurbano esta situación esta generando efectos psíquicos devastadores como angustia, miedo, ataques de pánico y una violencia implosiva dentro del mismo marco familiar. Lo peligroso, aunque predecible, es que los vecinos se empiezan a organizar ante la ausencia legal del Estado, y eso es peligrosísimo porque es jugar con fuego. No un estallido al estilo 1989 o 2001, sino otro implosivo, que puede comprometer muy seriamente la gobernabilidad”, explicó.

La política en el conurbano

El docente e investigador de la facultad de Ciencias Económicas de la UBA aseguró que la ola de inseguridad admite una lectura política entre intendentes o facciones comunales cercanos al gobernador Axel Kicillof, enfrentados con los kirchneristas. Un juego de presiones y mensajes velados entre sí y respecto del gobierno nacional en torno del desdoblamiento electoral. Pero el desacople entre la dirigencia y la sociedad termina perjudicando a vecinos y trabajadores víctimas de este delito capilar pero en ascenso»

“No es fortuito que la zona más caliente sea el corredor oeste, en municipios como Merlo, Moreno o La Matanza”, señaló.

«El diseño de las políticas de seguridad ampliando las cuadriculas de distritos y zonas más conflictivas ha terminado de ser contraproducente generando, por acción u omisión, “zonas liberadas” en las que las bandas hacen su negocio movilizando a estas falanges de jóvenes y ascendiendo sus dividendos hacia los costados y arriba”, afirmó.

Otro punto que destacó el historiador fue que antes el funcionario vivía en el mismo barrio que su vecino y palpaba en carne propia la situación social. Ahora, en cambio, los dirigentes viven en barrios privados, aislados de la realidad diaria de los trabajadores y jubilados y delegando su autoridad en operadores de base a veces aquiescentes con el delito».

La cultura de la marginalidad

Las redes sociales tomaron protagonismo en el ámbito de la delincuencia. Los jóvenes ladrones no solo publican fotos con armas, dinero y joyas que fueron robadas, sino que también son despedidos en ceremonias de balaceras desde sus ruidosas motos robadas cuando mueren en un enfrentamiento. «Punto de partida de redoblados raids de robos cargados de violencia vengativa”, aseguró Ossona.

Fotografiarse con las víctimas, como pasó en la localidad de Munro, cuando tres adolescentes se retrataron con una jubilada de 92 años amordazada y maniatada, sentada en su cama, pasa a ser algo visto en el último tiempo.

“Atacar a una persona indefensa como un anciano o a un jubilado es un mérito, cuya validacion cuenta cuando se trata de un efectivo de seguridad. Son los códigos de la cultura de la marginalidad importada de las mafias latinoamericanas”, afirmó Ossona.

«La exhibición cotiza para ser para su cooptación por bandas profesionales organizadas», explicó el profesor.

La defensa propia y el uso de armas

La escalada de violencia se replica en acciones autodefensivas en las que los ciudadanos respondieron a los tiros. Es el caso del jubilado que mató a un ladron de 15 años que intentó robarle la camioneta cuando llegaba a su casa en La Matanza.

“Estos reflejos pueden terminar fraguando en acciones vecinales planificadas de consecuencias impredecibles, pues suelen conocer a los delincuentes, saben dónde viven”, afirmó.

La falta de política de seguridad

Ossona cuestionó que no haya una mesa de trabajo interjurisdiccional que arribe a acuerdos sobre cómo abordar esta escalada de inseguridad. «Lo trágico es que esto resulte de prejuicios ideológicos o de un juego de presiones políticas recíprocas», afirmó.

«En vistas a las próximas elecciones, una esgrima verdaderamente macabra porque se estaría jugando con la vida y la muerte de los ciudadanos que trabajan y eventualmente manipulado a los marginados en vez de pergeñar politicas de reintegración”.

“La secuela anómica se acelera todos los días, al punto que casos ocurridos hace 15 días parecen de hace 15 años. Por caso, ya nos hemos olvidado del chico asesinado desde un búnker en Morón a principios de enero en medio de una puja de territorios. Todo el mundo sabía lo que allí pasaba, el vínculo de los transas con la barravabra local, las largas filas comprando drogas… pero no se denunciaba por inutilidad e incluso por temor a las represalias”, concluyó.

SC

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