Sólo unas horas antes del discurso en el Congreso, el presidente Javier Milei usó su herramienta preferida -la red social X- para desmentir que esta noche anunciaría la dolarización. Y fue así; no lo hizo. De esta manera, el futuro de la moneda continúa siendo el principal interrogante en el actual contexto de un curioso refortalecimiento del peso frente al dólar libre en los últimos días y una posible vuelta de las cuasimonedas. Así, los nervios que habían envuelto al mercado ayer se esfumaron sin más.
Hay ventana hacia el futuro que no despejó Milei con contornos difusos en el marco de fuertes tensiones políticas, la pirotécnica para ocultar la motosierra y la licuadora. Cuando se abre, aparecen dos preguntas clave: ¿hasta cuándo hay tolerancia social para aguantar el ajuste? Atento a que esta pregunta está en el aire, el Presidente pidió “paciencia” y “confianza” a los argentinos. “No hemos visto todos los efectos” de la crisis, adelantó. Una declaración a tono con lo que avizora en mayo y abril, con facturas de servicios públicos en alza, subas de precios y una fuerte recesión.
¿Milei es capaz de aunar el suficiente apoyo político para sus ambiciosas reformas?, es la otra duda. Esta última cuestión fue quizás la única novedad del discurso. Para terminar con el “antiguo régimen”, Milei pidió a la “casta” un pacto, pero escrito por él. Se firmaría en mayo. Incluye diez puntos, entre ellos, el equilibrio fiscal “innegociable”, la reducción del gasto público (25% del PBI), una reforma tributaria, discutir la coparticipación, una reforma laboral, otra previsional (con la posibilidad de optar por un sistema privado) y la apertura comercial. Son proyectos abiertos, sin precisiones, como la que faltó al nombrar la eliminación del cepo cambiario.
El discurso de Milei, más allá de la diferenciación estética para fortalecer su figura de outsider (la “no casta”), fue ortodoxo: la enumeración de la herencia para justificar el rumbo –el ajuste– presente, minimizando la dilapidación de capital político. La política de shock del Gobierno pesa hoy sobre los jubilados (pensiones), los empleados estatales (salarios) y la clase media (licuación). La Casa Rosada necesita extender la tolerancia. El relato político elegido fue claro: arreglar lo que el kirchnerismo rompió tiene costos. Milei fue más original cuando lo mencionó: habló de los “costos de la fiesta obscena”.
Milei enumeró lo recibido de parte de Alberto Fernández y Cristina Kirchner: cinco puntos de producto de déficit fiscal en el Tesoro y 10 puntos de déficit fiscal generado por el Banco Central, sumando un total de 15 puntos de déficit consolidado; una deuda “descomunal” con importadores y organismos multilaterales de crédito “que nos dejaban al borde del default”; reservas netas negativas en el BCRA por US$11.200 millones; precios de energía y transporte “reprimidos”, en algunos casos hasta un quinto de su valor real, y el dólar con una brecha del 200% entre el oficial y el paralelo; una emisión desenfrenada en los últimos años de gobierno por 13 puntos del PBI, sumados a los más de 15 puntos del PBI que ya se habían emitido durante los primeros tres años de gobierno.
“A su vez, durante la primera semana de diciembre la inflación minorista corría un ritmo del 3700% anual, durante la segunda se aceleró al 7500% anual. Mientras que para aquellos que consideran que estos números son una fantasía, la inflación del 52% mensual en mayorista implicaba una inflación anual del 17.000%”, afirmó el Presidente.
Hábil, el relato libertario nombró los fondos fiduciarios, los organismos superpoblados (como el Inadi o Télam) y los brokers privados de seguros contratados con el Estado. La descripción de esas miserias encajaría con una definición de “caja de la casta”. A eso se sumó un paquete de medidas “anticasta” para reforzar la identidad del líder. Es un relato que puede perder fuerza con el tiempo si no hay resultados.
“Quienes voten en contra serán identificados como enemigos del cambio”, había advertido Milei esta semana en el Financial Times antes de hablarle al Congreso. En su discurso, volvió sobre el punto: “Ordenaremos las cuentas fiscales con o sin ayuda del resto [de la política]”, advirtió.
Nadie puede tildar a Milei de dogmático, por lo menos no al 100%. Su pragmatismo lo paseó por la seducción -ofrecerles a los gobernadores la devolución de Ganancias que él había ayudado a eliminar desde el Congreso- y luego por el garrote -asfixiando a las provincias-. Luego de demostrar que los puede “dejar sin un peso o fundir a todos”, llamó a los mandatarios a un pacto, siempre y cuando antes voten su ley ómnibus y aprueben el megaDNU. Puede parecer una demostración de fuerza, pero, a la vez, es también la ratificación de que no hay reformas “duradera” -como mencionó- sin “casta”, algo que suele repetir el Fondo Monetario Internacional (FMI) cuando pide sumar más respaldo político.
Los inversores, se sabe, se preguntan qué garantías tienen no ya de que Milei puede implementar reformas profundas, sino de que se mantengan en caso de que un gobierno no libertario vuelva al poder. Las verdaderas inversiones, esas que cambian un país, son aquellas a largo plazo. En definitiva, las tablas de Moisés deberán convertirse en ley por mayorías significativas para poder atraer al capital.
El futuro no es un tema menor: es la única dimensión significativa para el mundo financiero. El principal interrogante que dejó Milei es qué pasará con el dólar. Desde hace semanas ya el mundo financiero se pregunta qué política monetaria y cambiaria reemplazará a la “estabilización” de transición que anunció Luis Caputo en diciembre, cuando el dólar saltó más de lo esperado (overshooting), presentó un plan motosierra -con baja de gastos y subas de impuestos- para lograr un superávit en 2024, y fijó un tipo de cambio casi fijo -con desplazamiento al 2% mensual- en un contexto de alta inflación y tasas negativas.
No hubo respuestas a las preguntas de cuándo se eliminará el cepo, sobre si se recalibrarán o no las microdevaluaciones diarias del BCRA; si habrá un nuevo dólar blend para el campo; si llegará una nueva devaluación del peso para unificar el tipo de cambio o si llegará la dolarización a la economía argentina.
Tampoco hubo novedades con el paquete fiscal que alguna vez imaginó Caputo: ni moratoria, ni blanqueo, ni retenciones, ni Bienes Personales, ni cambios en las jubilaciones. Sí, en cambio, habrá cárcel para los que prendan la impresora: se enviará un proyecto para que sea delito de lesa humanidad emitir pesos para solventar el déficit.