Día 642: Lo que odia Milei es la República

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En las crisis se ve el carácter de las personas y el primer tuit que Javier Milei escribió después del rechazo a sus vetos por el Congreso develó la verdad más profunda. Lo que Milei odia no es el Estados, sino la República y desarrollaremos por qué, pero primero repasemos su mensaje de ayer:

Antes eran los comunistas, después los «kukas» y ahora queda claro que los republicanos son su mayor aversión. ¿Por qué? El choque contra las instituciones de la República se dio desde el primer momento con Horacio Rosatti, presidente de la Corte Suprema de Justicia, quien declaró antes de que Milei asuma que la propuesta de dolarización era «inconstitucional», impidiendo su promesa electoral de base. De allí surge el plan de Luis Caputo, quien le propone la dolarización endógena secando la plaza de peso. Su exviceministro Joaquín Cottani sostuvo que Caputo le dijo a Milei: “Vos podés dolarizar. No hace falta reservas, se congela la oferta monetaria y la economía se dolariza sola». En ese primer choque con la República surge el plan económico que hoy se demuestra insostenible.

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El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.

Otro choque con la República que se evidenció desde el comienzo fueron sus continuas peleas con los medios de comunicación y la libertad de prensa, consecuencia de un sistema republicano como una de sus instituciones sociales fundamentales como quedó recientemente demostrado en los intentos de censura al intentar impedir que se difundieran los audios que acusaban a Karina Milei.

Y con el Poder Legislativo directamente desde el primer día chocó dando su discurso de asunción de espaldas del Congreso, que ayer concluyó rechazando el tercer veto de la semana a Milei, después de los dos de antes de ayer en la Cámara de ​Diputados.

Con 59 votos a favor, 9 en contra y 3 abstenciones, la votación que rechazó el veto a la ley de ATN, que establece un reparto automático hacia las provincias de fondos estatales, dejó en evidencia el creciente aislamiento político de La Libertad Avanza, que apenas logró respaldo de algunos aliados circunstanciales. Ahora, Diputados podría completar el rechazo en los próximos días, sumando más presión sobre el Ejecutivo.

Pero hay algo que debería ser una alerta roja para el Gobierno. Jamás en la historia política argentina un oficialismo recibió una derrota de esta magnitud en una votación en el Senado. Además, la imagen de lucecitas pasando de verde a rojo permite otra lectura, más metafórica. Es como si los anticuerpos de la república estuvieran comenzando a actuar, combatiendo un agente externo que se “infiltró para destruirla”, que sería Milei.

Pero repasemos la historia para entender la diferencia entre odiar al Estado y odiar a la república. Como el Estado tiene peor imagen que la República, Milei preciso disfrazar su odio hacia el primero cuando en realidad su odio es por lo republicano, que es el sistema que pone frente al absolutismo y a la autocracia, mientras que hay estados tiránicos y absolutistas en lo que quien se ve como un emperador o dueño de la verdad se sentiría a sus anchas.

Desde nuestra perspectiva desplazó su odio republicano al estado de esta forma. «Amo ser el topo dentro del Estado. La reforma del Estado la tiene que hacer alguien que odia el Estado”, declaró el Presidente en una entrevista. Parafraseándolo, sería el topo dentro de la República para destruirla desde dentro.

De todas formas, es llamativo cómo el discurso y las consignas se fueron transformando. Al principio, todos los que se oponían a él eran comunistas, sistema que planeta una dictadura estatal. Luego los “kukas”, y ahora ya descubierta las capas ideológicas son los republicanos que en el fondo son como “kukas disfrazados”, por carácter transitivo ser republicano es igual de grave.

Y en este pensamiento dicotómico no hay grises: el mal puede llamarse kuka, comunista o “ñoños republicanos”, pero siempre es peyorativo, un otro equivocado y malo. Lo que este tuit vuelve a confirmar es su incapacidad de consensuar y cambiar, en lugar de re acercar aquellos que lo apoyaron durante 2024, los asimila a “kukas”, sumado a las advertencias sobre un supuesto “golpismo” opositor acusando a quien disiente con el Gobierno de cometer un delito. Proyecta en el otro su propio problema.

El mensaje va en el mismo sentido que el discurso que Milei expuso días atrás en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) en Paraguay, donde el Presidente enfatizó la importancia de descartar posturas intermedias: “No hay terceras vías en este camino. Cualquier opción moderada es funcional al sistema decadente que con tanto esfuerzo estamos dejando atrás”. La moderación es exactamente igual a comunismo, kuka y republicano.

Algunos que lo frecuentan en Casa Rosada afirman que el Gobierno está paranoico y ve conspiraciones en todos lados. Quienes lo conocen bien, como Diego Giacomini, afirman que es algo propio de su personalidad inventar conspiraciones. ¿Recuerdan cuando afirmaba que había “tosedores” en los debates presidenciales, o que hacían ruido en los programas de televisión para desconcentrarlo?

Pero estos rasgos propios pueden agravarse gravemente cuando uno enfrenta, desde lo más alto del poder, el fracaso de un plan faraónico, el choque de la fantasía con la realidad. Y ante ese escenario lo único que puede frenarlo es la república, es decir la división de poderes, el Legislativo, el Judicial, la prensa independiente, la sociedad civil.

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Hay una película sobre la derrota de Alemania en la segunda guerra mundial que es ilustrativa en este aspecto. En el film “La caída” (Der Untergang, 2004), la paranoia de Adolf Hitler se muestra como uno de los rasgos psicológicos más marcados durante los últimos días del Tercer Reich. Algunas de sus características más destacadas en relación con este estado son:

  • La desconfianza extrema: Sospechas constantes de traiciones dentro de su propio círculo.
  • La negación de la realidad: A pesar de la inminente derrota, se aferra a la idea de que Alemania puede revertir la situación. Esta negación lo lleva a planear contraataques imposibles y a rechazar informes que no encajen con su visión.
  • Reacciones desproporcionadas: La paranoia alimenta explosiones de ira súbitas y violentas, como cuando grita contra sus comandantes por no ejecutar sus órdenes al pie de la letra. Reflejando un miedo interno a perder el control más que una estrategia racional.
  • El aislamiento psicológico: En el búnker se lo ve cada vez más encerrado en un círculo íntimo reducido, escuchando solo a quienes refuerzan sus delirios. Un aislamiento que refuerza su percepción de que todos afuera conspiran para destruirlo.

Martín Mosquera, en su última editorial en la revista Jacobin, explica que los líderes de la extrema derecha actual no se enfrentan a la democracia liberal de manera abierta, como lo hizo el fascismo en los años treinta en Europa, sino que busca vaciar sus instituciones desde dentro. Esto les permite articular proyectos autoritarios que, aunque conservan las formas electorales, restringen en la práctica las libertades democráticas, configurando regímenes híbridos. Es decir, democracias que van perdiendo atributos.

Pero vayamos al concepto histórico de República. Jean-Jacques Rousseau, a quien los libertarios consideraban comunistas, plantea en «El contrato social» (1762) que entiende la República como la manifestación del poder soberano en manos del pueblo. Para él, no se trata exclusivamente de una forma de gobierno específica, sino de un principio político en el que la voluntad general -la expresión colectiva de los ciudadanos- es la fuente de la autoridad. De este modo, una república puede adoptar diversas estructuras administrativas, pero siempre debe garantizar que la soberanía permanezca en el conjunto de los ciudadanos y no en un monarca, un dictador o una élite.

Además, Rousseau resalta que una verdadera república exige virtudes cívicas como la igualdad y el compromiso con el bien común. El interés particular debe subordinarse al interés general para que el pacto social se mantenga legítimo y estable. Así, la República no es solo una categoría jurídica, sino también una moral política, donde la libertad individual se realiza a través de la obediencia a leyes que los propios ciudadanos han creado, preservando la cohesión y evitando la tiranía de unos pocos. Pero que implica también a sus gobernantes. Pero hay otro elemento clave para Rousseau que garantiza la virtud de una república: la participación ciudadana.

Detengámonos un poco más en el origen de la República y la oposición de este concepto a todo tipo de autoritarismo. En la Grecia antigua, especialmente en Atenas del siglo V a. C., surgieron las primeras formas de gobierno republicano y democrático. Aunque no era una república en el sentido moderno, los atenienses establecieron instituciones donde los ciudadanos libres podían participar directamente en la toma de decisiones políticas. La ekklesía (Asamblea) discutía y votaba las leyes, y la boulé (Consejo) organizaba la vida cívica. Este modelo rompía con la idea de un poder concentrado en un rey y proponía que la autoridad debía estar en manos de la comunidad de ciudadanos.

La defensa de estas instituciones estuvo siempre vinculada a la oposición al autoritarismo. La democracia ateniense se presentaba como alternativa frente a la tiranía, en la que un solo gobernante se imponía por la fuerza. Los pensadores griegos como Aristóteles reflexionaron sobre los peligros de la concentración del poder y la corrupción del bien común. Así, la tradición griega sentó las bases de la república como un régimen que limita el poder individual y lo somete al control colectivo de la ciudadanía.

Si vamos a ejemplos modernos, podemos analizar contrapuestamente los regímenes de Estados Unidos e Inglaterra. Estados Unidos es una república porque nació de una ruptura deliberada con la monarquía británica. Tras la independencia en 1776, las colonias rechazaron el poder hereditario del rey Jorge III y optaron por un modelo en el que la soberanía residiera en el pueblo. La Constitución de 1787 plasmó este ideal, estableciendo un presidente electo como jefe de Estado y de Gobierno, con poderes limitados por un sistema de contrapesos. Allí, la legitimidad política se basa en la elección y no en la herencia.

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En cambio, Inglaterra -y por extensión, el Reino Unido- mantuvo la monarquía, pero la transformó con el tiempo en una institución parlamentaria. Desde la Revolución de 1688, el poder del rey quedó restringido por el Parlamento, que se consolidó como el verdadero órgano de gobierno. Pero la monarquía sobrevivió como símbolo de continuidad histórica y unidad nacional, mientras el poder efectivo pasó a manos de representantes electos y del primer ministro. De cualquier forma, en una monarquía, aunque no sea absoluta, hay alguien que es diferente al resto.

La diferencia central radica en que Estados Unidos rompió de raíz con el sistema monárquico, construyendo un nuevo orden político republicano, mientras que en Inglaterra la monarquía se adaptó y perdió poder, pero nunca fue abolida. Lo que es cierto es que nunca más fue absoluta. Por eso hoy EE. UU. es una república presidencialista y el Reino Unido una monarquía parlamentaria: dos caminos distintos para resolver la misma pregunta de fondo, quién debe ser la cabeza del Estado y de dónde proviene su autoridad.

Otra componente de la República son las constituciones, que colocan límites al poder del ganador en las elecciones. Por eso también los libertarios y Javier Milei se han expresado contra las constituciones bajo el argumento de que son un pacto social acordado por generaciones anteriores y que condicionan a las actuales. O sea, todo aquello que limite el poder absoluto de un jefe de Estado.

Volviendo al comienzo, cuando decíamos que es en las crisis donde se descubre la verdadera naturaleza de las personas, Milei y sus principales espadas, en lugar de recibir el mensaje de las urnas, la calle, el Congreso y los mercados, los desafía y descalifica. En lugar de reconocer sus errores y efectuar un cambio de rumbo, el Gobierno acusa a la oposición de demagogia y de atentar contra el equilibrio fiscal por las recientes votaciones adversas en el Parlamento.

Milei, su vocero Manuel Adorni y el ministro Luis Caputo denunciaron un supuesto intento de desestabilización. Y, por si fuera poco, ayer tanto Caputo como Patricia Bullrich salieron en los medios a reafirmar que el rumbo del gobierno es “inamovible”. “Nosotros no vamos a abandonar el cambio”, expresó la ministra de Seguridad.

Detengámonos un momento en el agravamiento de la crisis cambiaria y financiera durante los últimos días. El dólar volvió a tensionar los mercados argentinos y obligó al Banco Central a intervenir con fuerza. La entidad vendió 379 millones de dólares en un sólo día para frenar la escalada. Una sangría de reservas que bajo ningún concepto es sostenible.

Aun así, la cotización oficial llegó a $1.495 en el Banco Nación y a superar los $1.500 en algunos bancos privados. Y superar incluso los $1550 el Contado con liquidación. Evidentemente, la pérdida de control político del Ejecutivo está generando severas dudas sobre la capacidad de sostener el programa económico.

Los bonos en dólares se desplomaron más de 12%, el riesgo país saltó casi 24% y en el mercado de futuros se negociaron cerca de 1.300 millones de dólares, con contratos que ya descuentan un dólar por encima de los $1.537 para octubre. Aunque el Gobierno asegura contar con 22.000 millones de dólares para intervenir y promete vender “hasta el último dólar” para mantener el techo de la banda, analistas advierten sobre el costo de usar reservas para contener la devaluación. Con pagos de deuda por 34.000 millones de dólares hasta el final del mandato de Milei, la falta de acumulación de reservas y la incertidumbre política alimentan el temor a una revisión del esquema cambiario, que hoy depende de un delicado equilibrio entre intervención oficial y confianza del mercado.

Empresarios y sectores del establishment reclaman un “reseteo” del programa económico, incluso con cambios en el gabinete, para evitar un default y una mayor recesión. Sin embargo, el Gobierno insiste en su programa, confiando en un eventual salvataje financiero desde Estados Unidos que, por ahora, sigue siendo incierto. “Vamos a vender hasta el último dólar en el techo de la banda”, aseguro Caputo. En vez de acercarse a la realidad, se pelea con la realidad.

Desde el punto de vista del análisis de discurso, decir que van a «vender hasta el último dólar» no tranquiliza a nadie, porque significa que hay un último dólar. No dijo que van a vender todos los dólares que necesite el mercado. ¿Después del último qué pasa?

Hegel sostiene que la historia humana es el desarrollo del espíritu absoluto, el cual los personajes históricos, dirigentes y líderes, encarnan. Al ver a Napoleón, dijo estar viendo “la historia a caballo pasar por Europa”. Su visión encarna lo que en el siglo XIX se denominó “idea de progreso”. Un optimismo ferviente en que la civilización se dirige cada vez hacia un horizonte mejor. Pero, aunque compartamos este optimismo, podemos admitir que este camino no es de ascenso lineal ascendente, sino que tiene picos, caídas y curvas. Rebotes de una opción a otra para encontrar el “término medio” que nos lleve a un escalón superior.

La gestión de Javier Milei ilustra cómo la combinación de una visión mesiánica con un programa radical puede generar avances iniciales, pero resulta insostenible si es a costa de las instituciones, la democracia y la República. El agotamiento del crédito social, evidenciado por la derrota en votaciones clave y el retroceso en el apoyo de aliados parlamentarios, refleja que los incentivos personales y los delirios místicos no pueden reemplazar la legitimidad que otorga el respaldo ciudadano sostenido. Además, los escándalos de corrupción que involucran a su círculo de poder han socavado la coherencia del discurso oficial, y resignifican muchos de los discursos del propio Presidente.

En declaraciones previas a ser Presidente, Milei dijo: “Entre el Estado y la mafia, me quedo con la mafia. La mafia cumple, no miente. Y sobre todas las cosas, compite”. Es decir que si compite está bien, y todo aquello que no compite está mal. Es un disparate. La preferencia de Milei por la mafia ante el Estado cobra un inquietante nuevo significado tras el escándalo de los audios de Spagnuolo y la causa por coimas en Discapacidad.

¿Cómo se vio a sí mismo el presidente? Como un hombre que vino a combatir a la “casta política” y que se puso un objetivo “refundacional” de la Argentina que buscó aplicar medidas radicales (motosierra) para efectuar cambios de raíz y terminar con décadas de decadencia. Un héroe guiado por “las fuerzas del cielo” que asumió con una motosierra en la mano y que trató de “ratas” a los representantes del pueblo, por ser parte de la “casta política” que defiende sus privilegios a costa del malestar de la mayoría.

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En su cruzada apuntó contra todos: periodistas, parlamentarios, gobernadores, dirigentes sociales y sindicales. Vio a todos ellos como enemigos, y aseguró que de todas maneras iba a triunfar, porque, textualmente: “La victoria en la guerra no depende de la cantidad de soldados sino de las fuerzas que vienen del Cielo”.

Gracias a la profunda investigación de Juan Luis González, editor de la revista Noticias, en sus libros “Las Fuerzas del Cielo” y “El Loco”, pudimos saber que esto era más que un relato. Milei realmente se cree elegido para llevar adelante una misión encomendada por Dios, a quien él llama “el uno”. Por lo tanto, su comportamiento no responde a los cálculos de la política tradicional, sino a su propio delirio místico de grandeza.

Esa determinación lo ayudó en su carrera hacia el poder. Seguramente lo llenó de autoconfianza para encabezar una campaña con un nuevo partido que terminó imponiéndose. Y también le permitió, en la primera etapa de su Gobierno, disciplinar a los otros bloques políticos a que apoyen su Ley Bases, que sostengan sus vetos y acepten la aplicación de decretos de necesidad y urgencia, que fueron las herramientas con las que el Gobierno logró encaminar su plan económico y político sin tener mayoría en el Parlamento.

Pero esta forma de gobernar autoritaria, anti republicana, que fue tolerada en un principio, tras dos años sin lograr resultados, se agotó. La monarquía y el absolutismo se basaban en un sentimiento religioso: el monarca era elegido por Dios. Por lo tanto, aquel que considera que tiene la verdad, nunca puede ser republicano.

El republicanismo en Argentina se ha desarrollado en la adversidad. Atravesamos muchas dictaduras militares, la última, realmente cruel y sangrienta. También pasamos por momentos de fuerte inestabilidad política, como el 2001, del que la sociedad aprendió lecciones e incluso puso en juego mecanismos institucionales límite, como la asamblea legislativa, para superar un vacío de poder tras un Gobierno (el de La Alianza) que había perdido toda legitimidad.

Relatar y recordar estos hechos, hablar de asamblea legislativa, que es un mecanismo institucional, o buscar ejemplos históricos de líderes autoritarios no es golpismo ni desestabilización. Es relatar lo que ocurre, con elementos que ya forman parte del debate público. Es nuestro rol como periodistas, y en particular el aporte que queremos hacer desde este programa: aportar elementos culturales y teóricos para comprender mejor la realidad que estamos viviendo.

Durante su discurso en la apertura del año legislativo, el Presidente dijo: “Los primeros dos años de nuestro gobierno se pueden explicar bajo una vieja paradoja lógica: qué pasaría cuando una fuerza imparable se choca con un objeto inamovible”. Para él, la fuerza imparable era su programa y el objeto inamovible el gasto público.

Quizás el momento actual se pueda interpretar con una reinterpretación de esta frase. Lo que estamos viviendo es lo que ocurre cuando un objeto inamovible (un gobierno incapaz de aprender de sus errores y modificar su rumbo) choca con una fuerza imparable, el espíritu republicano y democrático que forjó nuestro pueblo en sus años de historia, aún a pesar de todos los errores que tuvieron las gestiones anteriores.

Producción de texto e imágenes: Facundo Maceira

TV/ff

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