Vaca Muerta y soja no alcanzan para compensar el «fenómeno Shein» y la salida de dólares por importaciones

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El dato pasó inadvertido en medio del ruido que vivió el mercado en las últimas semanas. Sin embargo, ya hay quienes lo miran con alarma: en agosto, por primera vez desde que Javier Milei es presidente, se recaudaron más impuestos por aranceles de importación que por retenciones a la exportación.

En otras palabras, en momentos en los que se habla del boom de compras en el exterior, representado por el fenómeno del portal chino Shein, y en los que vuelve a ser récord la salida de argentinos por turismo, podría darse un punto de quiebre en el que la balanza comercial se acerque peligrosamente a los números en rojo.

Sería la peor noticia que podría recibir el Gobierno en un momento de incertidumbre, porque estaría confirmando que el mercado tiene la expectativa de una devaluación en el corto plazo, luego de las elecciones legislativas.

Cuando se genera esa situación, la reacción típica de los empresarios es, en el caso de los importadores, un adelantamiento de las compras para hacer stocks mientras el tipo de cambio esté bajo, mientras que los exportadores, en el sentido opuesto, tienen un desincentivo a vender. Es algo que suele verse especialmente en el agro, donde ante cada incertidumbre cambiaria se acumula stock en los silobolsas.

En el caso concreto de la soja, se estima que hay un remanente de 19,5 millones de toneladas en poder de los productores. Teniendo en cuenta los precios del mercado internacional, esto implicaría un potencial exportador de u$s7.000 millones. El gobierno había previsto que, tras confirmar que la rebaja de retenciones será permanente y no transitoria, eso generaría un incentivo para el ingreso de «sojadólares». Sin embargo, no es lo que se está verificando: en agosto, el aporte del campo fue de u$s1.800 millones -menos de la mitad que julio- y las perspectivas para el último cuatrimestre del año no lucen bien.

El dólar cambió los incentivos

Recién la semana próxima se conocerá el dato de la balanza comercial de agosto, pero ya puede inferirse que mientras las importaciones mantienen buena salud y continuarán en torno de u$s6.700 millones mensuales, las exportaciones podrían sufrir una baja.

Ya estaba descontado que se registraría una caída en la recaudación de derechos de exportación de agosto, por el mix de un efecto estacional, sumado al «stop» posterior al régimen de alivio tributario a los productores.

Pero, aun así, sorprende la magnitud de la caída. Con $398.000 millones, el monto de las retenciones tocó su punto más bajo del año, y apenas representó un 2,6% de la recaudación total. En contraste, en junio las retenciones a la exportación contribuyeron con un contundente 7,5% de la «torta» impositiva.

Si históricamente septiembre y octubre son meses en los que escasean los dólares del campo, por motivos estacionales, este año se agrega el factor político, que llevó a la turbulencia del mercado. Por más que el gobierno está tratando de convencer a los operadores financieros de que la intervención cambiaria no implica un abandono del esquema de banda de flotación, lo cierto es que el mercado ya se está comportando como si una devaluación post elecciones legislativas fuera un hecho.

Es algo que se percibe en las tasas de interés de los bonos en pesos y en los contratos de futuros de divisas. En ambos casos, el tipo de cambio implícito que está valuando el mercado es un dólar que en noviembre traspase el techo de la banda, que para esa fecha debería estar en $1.500.

¿La balanza se pone en rojo?

En definitiva, las operaciones del mercado de capitales prevén una suba de más de 11% en el dólar desde aquí a noviembre. Por lo tanto, están dadas las condiciones para un adelgazamiento en el saldo comercial, que podría ser inferior a los u$s6.500 millones que prevén los economistas en la encuesta REM. De hecho, ese número ha venido revisándose a la baja, al punto que a comienzos de año se confiaba en un superávit de $12.000 millones.

El problema es que las exportaciones en el resto del año se están quedando sin sus principales impulsos, mientras que las importaciones tienen todos los incentivos para continuar subiendo. Puesto en números, mientras las exportaciones crecen a un ritmo de 4,6% anual, las importaciones vuelan a una velocidad de 31,7% interanual.

Pero lo preocupante no es sólo el riesgo de un saldo comercial «flaco», sino cuáles son los rubros que están liderando las compras. El propio Toto Caputo dijo que un alto nivel de importaciones era el síntoma de una economía pujante, porque las empresas estaban comprando más insumos y bienes de capital.

Y, si bien es cierto que esas categorías están creciendo, las que corren a mayor velocidad no son insumos industriales sino productos de consumo final y automóviles. Sumando estos dos rubros, ya representan el 22% del total de importaciones, -hace un año, la cifra era 15%-.

Con esos números sobre la mesa es que los dirigentes industriales plantearon al gobierno sus dudas sobre la sostenibilidad del modelo económico y el riesgo sobre los niveles de empleo.

Un breve alivio en la cuenta corriente

Lo irónico de la situación es que, hasta ahora, el gobierno había tenido un alivio por el quiebre de los déficits de la cuenta corriente. Es decir, en junio y julio fueron más los dólares que ingresaron que los que se «fugaron» del país.

Es un tema políticamente sensible, dado que muchos economistas -incluyendo al staff del Fondo Monetario Internacional– habían manifestado su preocupación por la tendencia a mantener las cuentas externas en rojo, una situación que históricamente ha sido el preludio de devaluaciones.

En julio, la cifra del superávit fue de u$s1.374, gracias al pico de exportaciones agropecuarias, que dejaron u$s3.887 en el renglón de intercambio de bienes. Es ya el segundo resultado positivo, porque en junio -con un superávit de u$s2.158 millones- se había cortado una racha de un año con la cuenta corriente en rojo. De esta manera, en el acumulado de siete meses del año, el déficit se achicó u$s1.273 millones.

Pero todo hace suponer que desde agosto hasta octubre -por lo menos- esa cuenta volverá a quedar en rojo. Ya sin un aporte fuerte del agro, y con dudas respecto al ingreso de la exportación petrolera, no hay chances de que se sostenga el resultado superavitario, dado que del otro lado del mostrador son muy altos los incentivos para importar, para hacer turismo fuera del país y para que los consumidores realicen compras online de productos importados, pagando con tarjeta de crédito.

Mientras tanto, el colchón engorda

El deterioro de la balanza comercial y la cuenta corriente no es el único problema asociado a la incertidumbre cambiaria. Está, además, un tema que ha sido la pesadilla de gobiernos anteriores: la demanda de dólares con destino al «colchón» de los pequeños ahorristas.

Los últimos datos -correspondientes a julio- marcaron niveles que no se veían desde la crisis de 2019. Los u$s5.432 millones netos que demandaron los 1,3 millón de compradores representan un salto de 24,6% respecto de los que se había registrado el mes anterior. Esa demanda se compone de compras de dólares cash en los bancos por u$s3.408 millones -que cuando se restan los ingresos de quienes vendieron dólares da un resultado neto de u$s2.812 millones-, y salida de divisas por u$s2.621 millones -en este segundo rubro se contabilizan pagos y transferencias desde cuentas locales al exterior-.

Es cierto que julio fue un mes especial, por el «efecto aguinaldo», que puso más liquidez en manos de los asalariados. Pero también es cierto que en ese momento había menos nerviosismo que el que se refleja hoy respecto de la estabilidad cambiaria, por lo que los economistas tienden a creer que la demanda por divisas continuará firme hasta que se hayan despejado las dudas.

Llegar a la fecha electoral con ahorristas ansiosos por dólares y con una balanza comercial en rojo sería el peor escenario imaginable para el gobierno. Hasta hace pocos meses parecía imposible que eso ocurriera; sin embargo, los últimos números indican que sus probabilidades de ocurrencia suben a toda velocidad.

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